lunes, 6 de mayo de 2019

La Batalla de Las Navas de Tolosa 1212

La Batalla de Las Navas de Tolosa 1212

Las Navas de Tolosa, también llamada en árabe como la «batalla de Al-Uqab», tuvo lugar en Santa Elena, el 16 de julio del año 1212 de nuestra era, y enfrentó al bando cristiano bajo los mandos de Alfonso VIII de castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra contra las tropas del perverso califa musulmán Muhammad An-Nasir cuyo número ascendía al de 120.000 musulmanes almohades frente a los 70.000 cristianos entre los que había castellanos, aragoneses, leoneses, navarros, portugueses, y miembros de órdenes militares y religiosas. La victoria de las Navas de Tolosa supuso un gran empuje en la tarea de reconquista.



La unificación cristiana contra las demoníacas tropas musulmanas

Quedaron atrás las disputas y las batallas territoriales entre los diferentes reinos que conformaban la Península Ibérica con el objetivo de hacer frente a «Miramamolín», como así llamaban los cristianos a Muhammad An-Nasir.
El califa tenía la intención de derruir los cimientos cristianos, cuya obra empezó su malvado padre como así se vio en la victoria musulmana que tuvo lugar en la batalla de Alarcos donde Fernando VIII fue derrotado por la caballería almohade.

Sin menospreciar al enemigo, Fernando VIII pidió audiencia papal tras ver como el enemigo se acercaba amenazador hacia Toledo. Fue el Papa Inocencio quien logró unificar a los reinos cristianos en uno solo (al menos momentáneamente) en lo que llamó «la cruzada contra los musulmanes». Solo faltó a la cita Alfonso IX, rey de León, pero sí acudieron sus caballeros.


La batalla más sangrienta de la Edad Media

Se cree que la batalla de Las Navas de Tolosa fue una de las más sangrientas y con mayor repercusión que ocurrieron durante el medievo. El gran número de participantes en ambos bandos se tradujo en 20.000 bajas musulmanas por 12.000 de los cristianos. Se cuenta en la tradición popular que un pastor guió a los beligerantes cristianos a través del paso de Despeñaperros para pillar desprevenidos a los musulmanes por su retaguardia.

Tras algunas escaramuzas, el ejército cristiano estaba preparado para el ataque en su desplazamiento hacia el sur. Era un día de brillante sol, especialmente caluroso.

Don Diego López de Haro II, que había participado durante la batalla de Alarcos, comandaba la primera línea. Sus hombres, según las crónicas, eran caballeros señoriales y cistercienses, occitanos, voluntarios leoneses o jóvenes caballeros.

Sabedor de las estrategias usadas por el ejército enemigo, se esperó la decisión musulmana, que fue la de batirse en retirada con el fin de simular una derrota pero donde, al otro lado, esperaban los mejores soldados de Muhammad An-Nasir. Pero Don Diego López sabía de la estratagema, y la segunda línea fue avisada.

El haz central medianero de los cristianos estaba ocupado por santiaguistas, hospitalarios, calatravos y templarios, todos ellos caballeros de órdenes militares. Las tropas musulmanas contaban, sobre todo, con bereberes norteafricanos y subsaharianos.



La caballería pesada cristiana, que atacó por ambos flancos, supuso que el avance fuese entonces imparable. Se persiguieron a las tropas musulmanas, que huían despavoridas, desde el atardecer hasta la caída de la noche.

El ataque de las fuerzas cristianas fue avasallador, y el propio Sancho VII de Navarra fue junto a dos centenares de caballeros hacia la posición de Muhammad An-Nasir, en la que se encontraba junto a sus senegaleses, los «im-esebelen», que eran su Guardia Negra personal, la última línea de defensa conocida especialmente por su bravura que fueron derrotados ante el ímpetu de Don Sancho VII y sus caballeros. «Miramolín», que veía como los cristianos se le habían echado encima, huyó cobardemente a galope hasta Baeza, donde hizo una única parada para cambiar de caballo con el fin de llegar hasta Jaén.
Sancho VII liberó a los esclavos encadenados que pensaba sacrificar «Miramolín» luego de la batalla.


El fin de la batalla

Los testimonios recogidos cuentan como Alfonso VIII se paseaba por el campo de batalla, donde la carnicería que había tenido lugar era realmente abrumadora. Tras el enfrentamiento se consagraron como botines de guerra de la victoria: el pendón de Las Navas, conservado en Burgos, en el Monasterio de Las Huelgas – aunque realmente se le atribuye a Fernando III de Castilla tras la conquista del valle de Guadalquivir – entre otros objetos como una bandera o una pica de la guardia personal del Califa.


Los musulmanes que sobrevivieron y no pudieron huir, se hicieron prisioneros y fueron llevados a Aldea del Rey (en la actual Ciudad Real) para construir el Castillo de Calatrava la Nueva para sustituir a la Fortaleza de Salvatierra, que cayó durante la batalla de Alarcos y que no se recuperó hasta años después de las Navas de Tolosa.

Algunos de los actuales historiadores hablan de las Navas de Tolosa como el día más determinante de la reconquista española, debido a que fue el gran impulsor para hacerse finalmente, tras la batalla, con Vilches, Úbeda, Baeza, Ferraz o Baño hasta poner fin los musulmanes con su expulsión en Granada, en 1492.